Uno de los cambios más importantes que ha traído como consecuencia la pandemia de la COVID-19 ha sido acelerar el cambio del sitio de trabajo, desde las oficinas hasta los hogares.
Si bien este es un proceso que se estaba dando paulatinamente en el mundo entero (aunque era mucho más frecuente en países desarrollados que en aquellos en vías de desarrollo), con la llegada de la COVID-19 se ha potenciado un crecimiento del teletrabajo hasta un 3800 %, según estimaciones de la OIT.
Aunque este fenómeno ya era normal en muchos países, el crecimiento exponencial del teletrabajo a nivel global en un tiempo tan corto, es uno de los cambios más significativos en el mundo del trabajo que se han producido en el último siglo.
Pero es que no estábamos preparados para este crecimiento exponencial. Han quedado en evidencia la falta de legislación aplicable a teletrabajadores y fallas en la capacitación. Estos factores se ven agravados por un “teletrabajo contingente” que no había sido preparado, sino que surge de manera emergente como una alternativa para seguir trabajando y cumplir con las condiciones de cuarentena social.
Entonces, estas nuevas teletrabajadoras no habían sido preparadas para esto. No habían convenido esta condición con sus empleadores y no poseen, en su mayoría, unas condiciones de trabajo óptimas para esta modalidad: no poseen equipamiento adecuado (sillas de trabajo, escritorios, equipos informáticos, conexión de datos de alta velocidad). Tampoco tienen espacios de trabajo adecuados (normalmente usan el comedor, la sala o el dormitorio para trabajar).
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No habían convenido esta condición con sus empleadores y no poseen, en su mayoría, unas condiciones de trabajo óptimas para esta modalidad: no poseen equipamiento adecuado (sillas de trabajo, escritorios, equipos informáticos, conexión de datos de alta velocidad). Tampoco tienen espacios de trabajo adecuados (normalmente usan el comedor, la sala o el dormitorio para trabajar).
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