domingo, 16 de junio de 2013

La gran familia bahiana


Nuestro guía se llama Jossuel Queiroz. Debe tener unos cuarenta años y es mulato; habla un perfecto inglés y un portuñol simpático.

“Candomblé es la religión que trajeron los esclavos de  África, Umbanda es la religión sincrética de los brasileños, y se practica mucho en São Paulo y Río”, explica, mientras el minibús avanza por la avenida Siete de Septiembre, el día nacional de Brasil.

El tránsito es denso y la lentitud me permite apreciar los detalles, la gente que entra y sale de los bancos, que bebe la primera cervejinha del día en alguna lanchonete (nota: la cerveza local, Schin, es mucho mejor que el aburrido schopp carioca).

Nos detenemos en la Plaza Thomé de Souza, frente al elevador Lacerda, un ascensor que conectada con la Ciudad Baja, el breve relleno que la ciudad le ha ganado al mar durante siglos. Desde aquí se puede ver toda una magnífica sección de la bahía de todos los Santos, el Mercado Modelo, la marina, el fuerte São Marcelo y los edificios ruinosos que bordean el cerro. “Hay un programa del gobierno para recuperar estos edificios”, explica Jossuel.

La ciudad vieja se recorre a pie. Avanzamos por la Plaza da Sé y luego por el Terreiro de Jesús. “Antiguamente había aquí mucho crack y prostitución”, cuenta Jossuel. “Cambió en los noventa, pero todavía hay problemas de noche”.

Vale la pena entrar en las iglesias de Salvador. Aquí el barroco portugués llega a un clímax que se puede apreciar en la asombrosa fachada barroca de la iglesia de la Orden Tercera de San Francisco Javier, y en el suntuoso interior de la Iglesia y Convento de San Francisco.

C comparada con otras ciudades de su tipo, la sección patrimonial de Salvador es más bien pobre en alojamiento, restaurantes, bares con música en vivo. Hay algunos hoteles boutique, galerías y mucha tienda de souvenirs; con suerte uno se cruza con la bandas de percusión de algún colegio ensayando para las presentaciones dominicales.

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CARLOS TROMBEN / http://blogs.americaeconomia.com/