lunes, 13 de agosto de 2012

Cancún: el paraíso irreal


Cuando aterricé en Cancún y miré por la ventanilla del avión, lo primero que me llamó la atención fue una enorme camioneta negra de la policía mexicana, con sus balizas encendidas, que nos esperaba en la loza del aeropuerto. Era imponente. Más que una camioneta, parecía un camión. El comandante del avión avisó que la carga sería registrada, como también nuestros equipajes.

No era la mejor manera de comenzar mi primera visita a México. Lo que frecuentemente veía por televisión y me parecía como algo lejano, léase una realidad ligada fuertemente al narcotráfico, súbitamente me tocaba. No mucho, pero ahí estaba. Y aunque aún no ingresaba formalmente al país, ya me encontraba con una pesquisa que buscaba a algo o a alguien. Por lo que averigué en ese instante, una persona había subido en Ciudad de Panamá. Estaba en la lista de pasajeros, pero no había llegado. Debían chequear el avión completo.

Los tramites migratorios salieron sin mayores inconvenientes, aunque siempre me acompañó un dejo de inquietud. Me pregunto cómo será la inquietud de aquellos que deben convivir diariamente con las sombras del narcotráfico y de manera mucho más cruda que un simple registro que no pasa a mayores.

Salgo del aeropuerto, llego al hotel, uno de los más lujosos de los cientos que hay en la zona de Quintana Roo, el corazón turístico de Cancún, y todo parece volver a la normalidad: playas blancas, aguas turquesas y mucho calor, invitando a olvidar las rutinas de la vida diaria.

Quiero ir a la ciudad, que está a diez o más kilómetros. Me dicen que lo olvide: que es fea, que no tiene nada digno de verse y que hasta puede ser peligroso. Pocos se aventuran a ir. El narcotráfico puede estar en las puertas de los hoteles, te dicen. Por eso la mayoría opta por no salir y se quedan con ese idílico mundo de numerosas atenciones, actividades entretenidas, comidas y demases que entregan los hoteles. A lo sumo, asomarse por algún mall del sector atiborrado de marcas de lujo.

La ciudad efectivamente no tiene nada especial, pero derribo el mito de que alguien sale a jugarse la vida por el solo hecho de pasear por las calles de Cancún.

México no es para quedarse con una imagen de la sombra del narcotráfico. Los pocos días que estuve pude conocer lugares maravillosos como el Río Sagrado, una zona de cavernas cercanas a Cancún con reservas de agua dulce que son sencillamente conmovedoras y que la historia cuenta que los mayas cuidaron con mucho esmero.

Llega el momento de volver al aeropuerto y tomar el avión. No veo a ningún policía. Sí a muchos vendedores que se me abalanzan para que compre algo. Quisiera decirles que me vendan un México más natural.

*Fotografías: www.sxc.hu.

blog de Gastón Meza / http://blogs.americaeconomia.com