Airbnb se convirtió de la noche a la mañana en una de las mayores empresas hoteleras del mundo que, como algunas otras, no es propietaria ni siquiera de un humilde ladrillo. Su negocio fue la intermediación entre propietarios de unidades de alojamiento pequeñas, hasta incluso una única habitación, y el mercado.
Airbnb ofrece muchas ventajas al cliente, por supuesto. Y al propietario de las habitaciones. La principal es el acceso a un número de clientes que antes no estaba al alcance de un propietario normal.
Pero en muchos países la principal ventaja no es esa, sino la opacidad fiscal. Qué mejor que alquilar la habitación y no declarar ese ingreso. Es la situación perfecta porque funciona sin impuestos.
Esta ventaja se redujo considerablemente en muchos lugares en los que las autoridades han exigido saber quién comercializa a través de este portal o de otros de la misma naturaleza. No obstante, una parte importante de la ventaja se mantenía: bastaba con decir que esta temporada han venido pocos turistas, para poder mantener en la oscuridad una parte de la facturación.
Por eso, la decisión de la Unión Europea de imponer unas medidas de transparencia radicales a estas plataformas es un paso adelante para que todos los proveedores jueguen con las mismas cartas y, al mismo tiempo, elimina una de las mayores ventajas de estos portales (Luz verde a la normativa europea que controlará a Airbnb).
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