No hay verdades absolutas. Cada uno tiene su propia mejor playa del mundo. Están los fanáticos de la Polinesia o del sudeste asiático o de algún pueblito costero de Brasil. Llegué a Playa Pilar, en Cuba, sabiendo que iba a un sitio famoso como mejor playa planetaria. Lo decían varios rankings y, mucho antes, lo había dicho el propio Hemingway.
Ubicada en la zona de los cayos, la gracia de Playa Pilar es que los hoteles más cercanos están a varios kilómetros, en Cayo Guillermo. En la mejor playa del mundo el silencio es casi completo, salvo por las olas y las risas de alguna pareja en luna de miel.
El barco de Hemingway se llamaba El Pilar. De ahí sacaron el nombre para bautizar a esta playa, donde se sitúa buena parte de El viejo y el mar. En la mejor playa del mundo apenas hay un kiosco, que vende agua helada y cerveza. Cuesta distinguir la línea del horizonte, porque mar y cielo comparten una tonalidad azul esmeralda. El agua es tibia, pero si se avanza mar adentro, pierde temperatura. Las olas son bajas y el sol aparece más del 90 por ciento de los días del año. Por momentos, es tan perfecto que parece una escenografía. Lo bueno es que, esta vez, tú estás dentro de la película.
Cuando uno está en la mejor playa del planeta, no quiere salir del mar. Y a diferencia de la vida diaria, aquí las decisiones se pueden limitar a la comida: volver al hotel o cruzar en bote a esa isla del frente donde venden pequeñas centollas a la plancha. Al finalizar el día en Playa Pilar, uno sabe que le espera una vida llena de buenas y malas playas, regulares o sobresalientes, pero nunca más la mejor del planeta. Es ahí cuando uno se pregunta, como cada vez que se está en un lugar que parece tan único: ¿Habré estado, realmente, en la mejor playa del mundo? Y, seguramente, para contestar eso nos tomaremos el resto de la vida.
Juan Pablo Meneses / El Mercurio Chile
Juan Pablo por Juan Pablo Meneses.
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