Hace cuarenta años que en Venezuela se escucha hablar del turismo como una alternativa a desarrollar para que la economía nacional no dependa exclusivamente del petróleo. Ministros van y vienen sin ser especialistas en la materia y ninguno ha dejado resultados positivos. Prueba de ello es que desde 1973 hasta la fecha años se han empleado más de treinta lemas (eslogan) diferentes, junto con miles y miles de millones de dólares para atraer turistas al país y aún seguimos esperando por ellos.
Afortunadamente esos turistas no han venido en las cantidades que cada gobierno anuncia, porque si por algún azar hubiesen venido, quien sabe donde se habrían hospedado, pues todos los gobiernos sin excepción se han dedicado a promover el producto turístico, sin haberlo “formado, construido o fabricado”, por lo tanto no existe. Lo que siempre ha existido es un conjunto de atractivos naturales a los que se pretende sacarles provecho; sin invertir en la infraestructura de servicios básicos que es la otra mitad del producto.
Si, aunque suene extraño, esa es la verdad; el producto turístico venezolano es sólo una imagen creada, pero incompleta y defectuosa. Pues, para empezar carece de “marca”, en segundo lugar no posee la planta receptiva (hoteles de calidad en cantidades suficientes) para grandes flujos, en tercer lugar no existe la infraestructura de servicios básicos (electricidad, aguas blancas y negras) y por último pero no menos importante; tampoco existe la cultura del servicio.
Convertir esta actividad en fuente generadora de empleos y divisas, requiere antes que nada la construcción de la marca “Venezuela” ligada a la imagen positiva del país como una nación ordenada, limpia y con seguridad. La imagen positiva es una condición imprescindible para construir un destino turístico. Por eso, gastar millones de dólares en publicidad para promover a Venezuela como destino turístico, mientras el hampa es la dueña de las calles. Es absurdo, la razón es que toda la publicidad del mundo, no va a convertir a un país inseguro en uno donde se pueda pasear, sin temor a ser atracado o asesinado.
En Venezuela, el turismo interno ha experimentado cierta expansión en los últimos cinco años, explicados desde el aumento de la capacidad de compra del ciudadano común. Sin embargo, desde el punto de vista de la sustentabilidad, ese incremento no se corresponde con un aumento de la planta receptiva (hoteles, posadas, parques donde acampar, etc.), ni de la infraestructura (vial, aeroportuaria, acueductos, muelles, malecones, paseos, plantas de tratamiento para aguas servidas, etc.). Lo que ha sucedido es que se mueve mayor cantidad de personas. Pero, las instalaciones son las mismas de hace treinta o cuarenta años.
Ese incremento de los flujos hacia lugares sin infraestructura, en vez de ser una bendición se convierte en una grave amenaza para los delicados ecosistemas de selva, marinos y pluviales; ya contaminados debido a la inconsciencia de personas que arrojan aguas negras en los ríos (Ocumare de la Costa, Choroní, el Castaño y Las Delicias), y en consecuencia de la falta de autoridad que facilita el incumplimiento de las leyes. Hace más de dos años que se comprobó la muerte lenta de los arrecifes coralinos venezolanos. Pero, si esos ríos estaban polutos, ahora la carga de contaminantes será mucho mayor.
Es verdad que la diversidad geográfica y climática de Venezuela, así como la presencia de recursos histórico-culturales y antropológicos, constituyen la materia prima para hacer del turismo una actividad económica importante. Sin embargo, el turismo de naturaleza, está estrechamente vinculado a la existencia y calidad de los recursos naturales que existan en un territorio, dependencia que hace necesaria la planificación de esta actividad, para que sea posible sustentar y preservar las condiciones a futuro de ese territorio, así como evaluar la calidad y potencialidad de los recursos albergados.
En este escenario, se plantea la necesidad de impulsar y encauzar la actividad turística; dentro de un marco que permita preservar las condiciones de un determinado territorio, y por tanto su valor turístico a futuro, a partir de un ordenamiento territorial que determine sus aptitudes y limitaciones para albergar a la actividad turística, y que a partir de ese punto, se planifiquen y normen los usos y actividades posibles de realizar en éste.
El estudio del turismo desde el punto de vista de la geografía radica en la “espacialización” y la planificación de dicha actividad. Desde ésta perspectiva el ordenamiento territorial con énfasis en la actividad turística, plantea objetivos básicos para el ordenamiento del espacio turístico, entre los que se consideran, los usos turísticos preferentes, la valoración de los recursos turísticos, localización preferente de infraestructura y equipamiento turístico, para permitir y facilitar la creación de productos recreativos y turísticos.
Actualmente, en el Estado Aragua, desde la gobernación y el Consejo Legislativo se está impulsando un Plan de Ordenamiento Territorial; dentro del esquema nacional de la Nueva Geometría del Poder. Esta es una oportunidad única para iniciar la construcción del producto turístico venezolano y paralelamente desarrollar la marca “Aragua”. Alonso Camacaro / El Aragueño
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