El concepto de patrimonio cultural es hoy en día de carácter dinámico. No se limita a aquellos bienes, muebles o inmuebles, que hayan sido declarados monumentos o susceptibles de serlo, por su condición artística, histórica, religiosa, social o arqueológica. Responde por el contrario, a los valores o principios culturales heredados por una sociedad y que, por su naturaleza identitaria, actúen como soportes de la memoria colectiva de un pueblo.
Ahora bien, cada grupo humano crea sus propios valores culturales, en virtud, entre otros, del lugar y la época de que se trate, y va provocando así, el cambio de los mismos. Hasta el ¨Iluminismo o Siglo de las Luces¨, caracterizado por la búsqueda y divulgación del conocimiento como instrumento contra la ignorancia, las sociedades sólo protegían a los bienes por su sacralidad o por la admiración que los mismos les generaran. El patrimonio por tanto, quedaba reducido a los ¨monumentos¨, que, como su nombre de en latín indica, deriva de ¨monu¨, ésto es, del verbo ¨recordar¨, por lo que, eran considerados como tal, únicamente los bienes que rememoraban el pasado.
En ese momento de la historia, en el que la función social de la cultura (artes, músicos, etc), dejó de ser manejada por los poderosos (mecenazgos, censura, educación), la misma fue aprovechada para crear un vínculo emotivo de los pueblos con el pasado, de manera de promover en ellos un espíritu nacional. El patrimonio, dejó de basarse en la secularización de un bien, y pasó a abarcar, no sólamente a los objetos de los coleccionistas privados, sino que también se abrió al conocimiento de todos, para convertirse en ¨bienes culturales de carácter público o acervo cultural¨, impulsado todo ello, por la apertura del ¨Museo del Louvre¨ en París, el 8 de noviembre de 1793, como Primer Museo Nacional de Europa, el cual recibió las piezas y colecciones de particulares obtenidas graciosa o forzosamente por parte del Estado.