lunes, 29 de junio de 2015

Comer bajando y subiendo por Valparaíso y Viña - RUPERTO DE NOLA

Desde desilusiones como el restaurante Alegre -"Un porrazo. Cocina más bien grandilocuente"- hasta aciertos como el Espíritu Santo -"Su ensalada tibia de calamares es una verdadera obra maestra"- aquí, un mapa con lo más destacado y lo que es mejor evitar de la renovada escena culinaria costera.

Uno de los atractivos de Valparaíso es el sube y baja, especialmente para quien viene de una ciudad tan plana -por no decir chata- como Santiago. El problema es que hay cada vez más gente que se entrega a los placeres de subir y bajar, y las subidas no son tantas, ni arriba hay tanto espacio para todos los que quieren ver la patrimonialidad. Por otra parte, esta trae sus beneficios, sin duda, siempre que no mate, porque ahí se acaban todos, también sin duda. Y ya comienzan a acabarse. Ejemplo: si en la cumbre del cerro Alegre ha habido mucha vida (vida auténtica) durante décadas, la patrimonialidad está convirtiéndose en su lápida. Recordamos cuando uno caminaba por la calle Lautaro Rosas y había allí gente viviendo, y uno descubría que, por un lado de la calle, había una numeración, y por el otro, una totalmente distinta... ¡Eso sí que era patrimonio, y pintoresco y encantador! ¿Cómo se entendían aquellos vivientes, cómo daban sus direcciones en las cartas -antes había cartas-? Ahora, todo está lleno de tienditas y restorancitos, de hostalitos y barcitos, de librerías progre y ventas de baratijas. ¿Dónde están las panaderías, las zapaterías, los emporios, las viejas vecinas agringaditas patojeando de un lado para otro, de pelambre en pelambre?

De los restorancitos no nos quejaremos, o no tanto, aunque, contra lo que esperan los escaladores, suele haber bajadas (y en picada). Por ejemplo, hemos almorzado en el restorán Alegre, del hotel llamado pomposamente Palacio Astoreca, que no tiene tanto de palacio como de simple casa grande y pituca. Un porrazo. Not good. Cocina más bien grandilocuente y (¡oh, paradoja!) con porciones mucho más que moderadas (hay quienes creen que comer fino es comer poquito), altos precios. Carta breve, que nos pareció poco interesante. Había (y era domingo) ¡un solo postre!, compuesto de una bola de helado de violeta (nada mal) y una especie de vejiga, también violeta, que se desinfló al primer abordaje, reduciéndose a un material latigudo, difícil de cortar (sobre todo si a uno le dan solo una cucharita para el efecto). En fin. Nos desquitamos yéndonos al Museo (otro palacio) Baburizza, donde contemplamos buena pintura chilena (Juan Francisco González, Sommerscales, un precioso Carlos Pedraza), además de la sala de baño del señor Baburizza, con una ducha (de hace cien años) que parecía pensada para lavar autos. Nos cobraron, sin pedirlo, entrada de "tercera edad", cosa que no supimos si agradecer o deplorar.

Decididos a escapar de los nuevos tacos automovilísticos de este cerro, nos fuimos al Bellavista, donde la vida sí nos sonrió, aunque la vista, para ser francos, no es tan bella como anuncia su nombre: feos edificios (de la parte no patrimonial de Valparaíso, que es la mayor parte) obstaculizan el espectáculo marino; jardincitos descuidados; casas igual; retazos de mar por aquí, por allá. Pero ahí se encontrará Usía con dos joyas. Una es el restorán peruano Amaya, donde florece una peruanidad tan auténtica y chispeante como en Lima, aparte de que el agrado aumenta por los muy buenos precios que cobran. Comimos un tacu tacu con lomo saltado (uno de los mejores de la vida), luego de haber atacado un picante de mariscos realmente excelente y un perfecto arroz chaufa con mariscos. Qué gran lugar.

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