Si ser apocalípticos o profetas del desastre, como venezolanos estamos parados sobre tierra movediza que amenaza permanentemente en hundirnos en el lodo de la desesperanza y la desilusión, al evidenciar, según expertos que vivimos el caos corporizado a merced de los estragos que produce la inflación sobre el deteriorado salario del trabajador, apagones sin aviso, farmacias sin medicamentos, talleres sin repuestos, semáforos sin funcionar, delincuencia desbordada, centros asistenciales colapsados por culpa del mosquito chino, mercados desabastecidos, servicios públicos deficientes, medios de comunicación cercados y hasta políticos prisioneros por alentar la protesta constitucional.
En este nuevo año nada es nuevo y la gravedad se acentúa al constatar que nuestra nación bolivariana presenta una dramática desconfianza y una alarmante ausencia de credibilidad a escala internacional, estremeciendo estadísticas y estudios económicos, de acuerdo con el diario Reporte de la Economía, alrededor de 130 mil millones de dólares que entraron a América Latina en inversión extranjera en el 2013, sólo tres mil millones se orientaron hacia Venezuela, específicamente en la faja del Orinoco, todavía único atractivo para invertir en el país.
Si la realidad internacional sacude nuestras entrañas, el contexto nacional nos arrincona en el holocausto total, al fomentar el Gobierno la informalidad laboral; anualmente se incorporan 400 mil venezolanos a la economía, pero sin ser absorbidos por nadie, debido a que en el sector privado hay decrecimiento en fuentes de empleo, cerrando más de 500 mil empresas; reportando Fedecámaras que en la última década desaparecieron 200 mil empleos y el sector público se encuentra rebasado con dos millones y medio de personas, existiendo la amenaza de desaparición de 500 mil empleos en las ensambladoras y cerrando sus puertas 143 talleres mecánicos en el 2014.
Estudiosos de la plataforma económica sostienen que la crisis actual se expresa de forma impactante en materia económica, ni los mismos Ministerios tienen respuestas, no hay quien trace planes, defina políticas y dirija un programa creíble que devuelva la confianza en el bolívar, demasiado golpeado en estos instantes oscuros de gran incertidumbre, preguntándonos insistentemente cómo es posible que Venezuela que tenía un ingreso diario de 360 millones de dólares, haya llegado a esta situación de quiebra financiera, resquebrajada y adolorida, dando pena ajena aquí y en Pekín.
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