viernes, 19 de julio de 2013

Cuba y sus calles suenan a Caribe / REBECA LUCÍA GALINDO

La Habana Vieja, declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco - Rebeca Lucía Galindo/ ELTIEMPO
El mar 'está rizado' y un grupo de jóvenes juega a enfrentarse a las olas que se estrellan con violencia en el malecón. Una decena de personas aprovechan cada centímetro de sombra mientras esperan a las esporádicas guaguas (buses). Palmeras reales se asoman entre el paisaje plano, verde, de tierra roja.

La vida en La Habana anda tan despacio que ya le perdió el paso al mundo. Cada rincón parece tener su canción. Siento que estas calles ya las bailé en otra fiesta, las viví en otra vida, las probé en otro tragos.

Es fácil perderse en las entrañas de la ciudad vieja, pero uno siempre se encontrará con la música. Un improvisado grupo de viejitos canta en la calle uno de los verdaderos himnos de esta tierra: "El cariño que te tengo, yo no lo puedo negar. Se me sale la babita. Yo no lo puedo evitar...".

Si Compay Segundo no hubiera muerto hace diez años diría que está entre ellos cantando.
Como todo caribe, el cubano es también un coqueto espontáneo. Bajitas, gordas, altas, casadas, monas, veteranas, ninguna escapa a algún silbido o beso lejano. Mucho menos las mismas cubanas… esas mujeres grandes y finas, de voces densas y andar cadencioso, cuya alegría es imposible guardar en una sola foto.

Una morena con una vistosa canasta llena de maní empacado en papel acaba con mi antojo de un bocado callejero. Feliz por la venta y feliz de posar en las fotos canta con toda su garganta: "Caserita no te acuestes a dormir, sin comerte un cucurucho de maní. Maaaníiiiiiii".

Se hace tarde y las ganas de cerveza se suelen imponer al hambre. Varios tragos después y con un helado de guayaba que se derrite entre los dedos me doy cuenta de que no estoy lo suficientemente empalagada como pasar por alto un olor a cacao que me despierta al instante. Alguien abrió la puerta del Museo del Chocolate, una pequeña tienda imposible de ignorar para cualquiera con nariz y con el más mínimo amor por el mejor invento del mundo.

De noche se vuelve más complicado conseguir un taxi, así nunca haya trancones en La Habana. Luego de intentar parar a cuanto carro se nos atraviesa un conductor que no tiene problemas en detenerse, sacar a su esposa del asiento delantero y dejarla en la calle para que seis personas quepamos en su Chevrolet modelo 49. Destartalado pero fuerte, va tosiendo un humo gris que nos deja el pelo oliendo a gasolina. Le pedimos algo de son (¿o ron?), pero el carro ni tiene casetera.

El conductor no tiene más remedio que subirle el volumen a la emisora, donde suena Volare de los Gipsy Kings, "Cantare oh oh oh oh", y se nos olvida que llevamos los pies hinchados de tanto caminar.

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El Tiempo (Bogota)