El paisaje es árido. Es la frontera dura y silenciosa. Los camellones secos y polvorientos conducen a lugares remotos. Cujíes, dividivis y cardones bordean el sinuoso camino. Transitan camiones 350, camionetas 4x4, jeeps todoterreno, solo vehículos rústicos, aptos para grandes cargamentos, destinados a enfrentar desafíos supremos, tanto con la naturaleza agreste como con la humana, impredecible y enigmática. También andan bestias, caballos y burros, como las antiguas caravanas del desierto, transportando enseres, víveres e insumos alimenticios para satisfacer demandas foráneas en otras latitudes y cubrir necesidades en este otro lado.
Están las grandes alcabalas, puestos de seguridad con controles extremos de vigilancia a tiempo completo, maquinaria sofisticada con alta tecnología para detectar la mínima irregularidad y cualquier desvío mal intencionado, protocolos aparentes, investiduras disfrazadas. Aquí también, como en los caminos verdes, ocultos y camuflados, se trafica con bienes alimentarios, los mismos de allá, pero trasladados por otras vías, las supuestas legales, oficiales, corporativas, acreditadas y soportadas en el poder del Gobierno nacional.
Una vez más los alimentos, como en muchas épocas de la historia, alimentan necesidades particulares, sociales y económicas, como las añejas del navegante veneciano Marco Polo, que atravesó la legendaria Asia para comerciar con especias. Cristóbal Colón, famoso viajero genovés al servicio de los reyes católicos cuando descubrió América, la convirtió en puente de productos exóticos hacia Europa y viceversa.
Muchas civilizaciones han atravesado espacios recónditos para comercializar bienes alimentarios, violando zonas limítrofes y usufructuado áreas sagradas. Históricamente, nada comparado con lo acontecido en la actualidad en Venezuela, donde la distribución de los rubros alimentarios, depende de actos irregulares, vinculados con la corrupción de las altas esferas gubernamentales, los cuellos blancos, hasta el acaparamiento, contrabando y bachaqueo, llamado así por su similitud con estos insectos que viven en sociedad, distinguidos por su incansable andar, ejecutado por sectores de bajos recursos económicos, cuya sustentación depende del tráfico irregular de comestibles. Son dos realidades y una sola verdad: Sobrevivir en una economía colapsada sin productividad ni empleos.
La Verdad.com
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