Es un recorrido de agua, caminatas de selva, contacto con los animales y un encuentro fascinante con los waraos: seres que decidieron vivir junto al Orinoco, con una vida regida por las mareas. Hay campamentos maravillosos con todas las comodidades y otros más sencillos, para quienes prefieren la rusticidad.
Cómo llegar. Para ir al delta del Orinoco es posible tomar las embarcaciones desde Tucupita, Puerto Ordaz y en el Caño de Bujas, por los lados de Monagas, al cual se llega por carretera desde Maturín. El personal del campamento donde se vayan a hospedar se ocupará de darles las indicaciones. A partir de que se instalan en el delta del Orinoco todos los traslados serán por agua.
El delta fascinante. Me declaro una fanática desbarrancada del delta del Orinoco. Es uno de nuestros más exóticos paseos de naturaleza, no sólo porque se trata de la desembocadura del río madre con cientos de caños rodeados de selva y mangle, sino por el encuentro cercano con los waraos, seres de agua que habitan esta región desde hace 10.000 años, entregando su vida al ritmo apacible de las mareas. Sólo estando aquí es posible entender cómo el río sube y baja en horas, hasta crear paisajes y sensaciones profundamente disímiles.
En el recorrido más reciente supimos que en agosto es la mayor subida de la marea en Pedernales, así que aparecen los cangrejos azules y pueden verse hasta 5.000 waraos recogiéndolos en mapires para alimentarse por 2 o 3 semanas; que el carapo es el cacao de los waraos, con una almendra tierna y jugosa; que ahora utilizan más el balaje, un barquito guyanés mucho mas rápido y liviano que la curiara. Una lástima, porque la curiara es de las tradiciones más arraigadas de esta etnia. Y que en Tucupita, la capital, a pesar de su abandono, se encuentra el órgano más importante de América del Sur, una joya sonora que reposa en la catedral y que alguna vez escuchó José Balza, narrador y ensayista venezolano.
Los campamentos. He tenido la dicha y el privilegio de hospedarme en los campamentos que les sugiero en Datos Vitales. Me encantan los recorridos que ofrece la gente de Orinoco Delta, pues como tienen varios lugares se puede ir de uno a otro, navegar largo, detenerse en diversos puntos, visitar comunidades waraos y entender que no todo el delta es igual.
Orinoco Delta Lodge es el primero y más grande, en el Caño Mánamo, con unos palafitos preciosos donde juras que navegas desde la cama. Me encantan WaroWaro y Yakara porque están en caños muy pequeñitos, metidos en la selva, duermes en chinchorro y escuchas claramente los sonidos de la naturaleza.
En Orinoco Atlantic Lodge asombra el pueblito de Pedernales con sus calles pintadas con grafittis y observar las tuberías sobre el río como prueba irrefutable de un próspero pasado petrolero que no dejó nada. En el Bajo Delta donde quedan los campamentos Maraisa y Tobe Lodge, ambos frente a San Francisco de Guayo son extraordinarias las inmensas extensiones de arena pegadas de la desembocadura del Orinoco.
La otra fascinación es que las mareas en esta zona suben y bajan con tanta rapidez que jamás hay plaga, pues la circulación de las aguas evita que se formen larvas. Recomiendo muchísimo adentrarse en esta zona. Hay quienes aseguran que sólo aquí se conoce el verdadero delta del Orinoco.
La gente del Campamento Boca de Tigre está muy bien organizada en sus paseos y como llevan tantos años en la zona mantienen buenas relaciones con varias comunidades de waraos, así que es posible visitarlos y comprar sus artesanías directamente. Lo mismo ocurre con los campamentos Mis Palafitos y Orinoco Bujana Lodge, pues su dueño tiene toda la vida en el delta del Orinoco.
Compartir con los waraos. Es tan intensa la relación de los waraos con el Orinoco, que puedo asegurar que más que la sangre lo que debe mantenerlos vivos es ese caudal de agua que fluye frente a sus hogares. Nunca se han ausentado de su cauce. Ni siquiera colocaron paredes o puertas en sus hogares. Los dejaron francos para observar el ritmo disparejo de las mareas. Cuando sube, dejan que la curiara agarre para arriba y si baja, hacen las diligencias río abajo. Jamás osarían llevarle la contraria al fluir delicado de la corriente.
Sería un esfuerzo innecesario.
Construyen los palafitos sobre la ribera con troncos de palmito y techos de temiche; se alimentan de la pesca y el conuco y tienen al moriche como el árbol de la vida. Con su fibra hacen cestería y chinchorros mediante un proceso artesanal lento y minucioso. Pero no es sólo la fibra lo que provee el moriche. Del fruto, parecido a la auyama, elaboran jugo y del tronco sacan la harina para el pan.
Cuando se pudre el tronco salen unos gusanos blancos, gordos, que se menean igualito a un acordeón y son un manjar muy apreciado. Le cortan la cabeza, le botan un líquido amarillo como mantequilla y se lo devoran dichosos. Sabe a aceite y es extraño. La verdad, no diría que es mi comida favorita.
La pueden probar en las caminatas de la selva y cada quien que decida.
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