Iba a ser uno de esos veranos que se recuerdan siempre para los hijos de la fotógrafa Michelle Rolls-Thomas. La playa paradisiaca de Isla Delfín, en Alabama, parecía a principios de junio mucho más blanca y amplia que nunca antes, con su fina arena de blanco brillante.
Hace calor y el cielo es inmensamente azul, casi irreal. Pero al mar, al agua del golfo de México, no se puede entrar.
"Mantengo a los niños fuera del agua", comenta la fotógrafa, que creció allí, controlando de cerca a sus hijos. Y entre los turistas se ve a gente moviéndose de forma mecánica. Son trabajadores que llevan bolsas de plástico y buscan la próxima "galleta" de petróleo.
Mientras pasan las semanas, cada vez son más las "galletas" tanto en número como en tamaño. Los más atrevidos siguen nadando a pesar de las advertencias.
Una turista dijo al diario "Mobile Press- Register" (de Alabama) que su familia había regresado de la playa cercana Gulf Shores, también en Alabama, porque había olido el crudo.
La peor marea negra en la historia de Estados Unidos afecta al corazón de uno de los destinos turísiticos del país más populares. El petróleo se ha convertido en un invitado inesperado en las espectaculares playas de Alabama y Florida.
Y también duele sobre todo en el parque nacional Gulf Islands National Seashore, en las costas del Mississippi y Florida. Se trata de una reserva única que se acaba de sumar a la lista de damnificados.
Si en las primeras semanas tras la explosión y hundimiento el 20 de abril de la plataforma petrolera "Deepwater Horizont" de British Petroleum (BP) preocupaba considerablemente Louisiana y sus intrincados pantanos, ahora la preocupación se dirige hacia los complejos de rascacielos de hoteles y las mansiones de colores de Alabama y Florida, lo que deja escasas dudas de que aquí realmente el turismo es un negocio.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, incluyó la costa este de Louisiana afectada por el derrame de crudo en su visita del lunes a la región y conversó con gerentes de hoteles y dueños de tiendas. Además recogió marisco, que todavía no se ha visto afectado por el derrame.
El jueves, los funcionarios confirmaron que el derrame de petróleo bien podría suponer unos 60.000 barriles diarios de crudo, una cantidad que multiplica por 12 la estimada en un principio.
"Para muchas personas, el derrame de crudo es ahora algo mucho más realista. Hay mucho enfado con los directitvos de BP", comentó la fotógrafa Rolls-Thomas, quien conversó con una pareja de Carolina del Sur que quería pasar sus vacaciones en la isla Delfín a mediados de junio, pero ya las han cancelado.
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Frank Brandmaier / www.elpais.cr
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