Diecinueve pisos, 14 plantas de habitaciones, 70 dormitorios y una vistaconcluyente de 360°, en solo 199 días. Tal vez así debió quedar resumido el Humboldt en su cédula de construcción. La edificación de aquel cilindro de 59,50 metros fue, en términos más encumbrados, una hazaña, todo un récord de la ingeniería venezolana.
Admirado por ser una pieza maestra, una síntesis de la arquitectura moderna, el hotel fue erigido entre mayo y noviembre de 1956 y descuella entre nubes, a 2.175 metros sobre el nivel del mar. Hoy, 60 años después de su creación, encarna la historia de lo que aún no ha podido ser, de lo que aspira a convertirse y de los recursos aprobados por el Ejecutivo desde 2007 para su restauración.
Ubicado en la cima de El Ávila, desde el 19 de abril de 1957, cuando quedó inaugurada la obra más indeleble de Tomás Sanabria, el Humboldt ha estado conducido más por el despropósito del encierro, del cerrojo, que por su propia función de hotel: hospedar a turistas nacionales y extranjeros que no llegan.
Con un trabajo de restauración que presenta 70% de avance, el arquitecto y restaurador Gregory Vertullo, quien lleva las riendas del proyecto promovido por el Ministerio de Turismo, asegura que el monumento se arrima a su curso natural y dará de nuevo la cara a la ciudad. En seis décadas el Humboldt ha sido subutilizado y solo ha hospedado viajeros durante siete años: tres en el regazo de la Corporación Nacional de Hotelería y Turismo, desde su inauguración, y cuatro en manos de la cadena Sheraton, a partir de 1965.
Se trata de un escenario que pone a esa estructura perejimenista, de irrevocable aspiración icónica, de espalda a la ciudad. Vertullo, quien acumula la experiencia de la restauración de la Casa Amarilla y de los templos de San Francisco y Candelaria, dice que el hotel sufrió modificaciones que alteraron el concepto inicial. "Tuvimos que realizar todo un trabajo de investigación para identificar las áreas originales".
Cuenta que en los 70 el Humboldt albergó una escuela de hotelería adscrita al Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista (Inces) y luego hubo otra academia en la época de Jaime Lusinchi. Ambas instituciones dejaron marcas en el hotel, una etapa de intervenciones que remató con el Consorcio Inversora Turística Caracas (Ávila Mágica) a quien el Estado otorgó, en 1999, la concesión por 30 años, pero le fue revocada en 2007.