Credit Gaby D'Alessandro
Como escritora de viajes experimentada, pensarías que subirme a un avión debería ser tan rutinario como cepillarme los dientes. Ya sea un largo viaje a Asia, una visita trasatlántica o una escapada desde mi casa en Italia hacia otra ciudad en Europa, es raro que pase una semana sin montarme en un avión.
Sin embargo, tristemente la frecuencia con que visito los aeropuertos no ha curado mi miedo visceral a volar. Tengo altibajos. Cuando no hay accidentes en los titulares y después de varios vuelos tranquilos y sin turbulencia, me siento mucho más relajada y soy menos propensa a imaginarme catástrofes.
Sin embargo, después de incidentes trágicos como la caída de Germanwings en marzo de 2015, la desaparición del vuelo comercial de Malaysia Airlines o el vuelo de Air France que partió de Río de Janeiro y cayó en el Atlántico en 2009, es común que esté en alerta máxima. Me subo a los aviones, pero realmente desearía no tener que hacerlo.
Tengo algunas estrategias para lidiar con el asunto, como permitirme estar extremadamente alerta solo durante los momentos previos a alcanzar la altitud máxima, por ejemplo; tomarme una o dos copas de vino o tratar de meditar.
Además, en la mayoría de los vuelos, cuando tengo momentos de tensión durante las turbulencias, le pido a un completo extraño que me deje tomarlo de la mano. Cuando ni mi esposo ni mi hijo están conmigo, he sujetado las manos de, por ejemplo, un jugador de baloncesto de Siena, una monja que iba al Vaticano, un agricultor ecuatoriano que no hablaba inglés y un estudiante francés de 18 años cuya madre sufría la misma ansiedad. Me ayuda a sobrellevar las sacudidas, pero claramente sujetarle con fuerza la mano a otra persona no es una estrategia ideal.
Leer mas: http://www.nytimes.com/es/2016/12/12/con-un-arsenal-de-aplicaciones-una-viajera-miedosa-se-prepara-para-el-avion/
Como escritora de viajes experimentada, pensarías que subirme a un avión debería ser tan rutinario como cepillarme los dientes. Ya sea un largo viaje a Asia, una visita trasatlántica o una escapada desde mi casa en Italia hacia otra ciudad en Europa, es raro que pase una semana sin montarme en un avión.
Sin embargo, tristemente la frecuencia con que visito los aeropuertos no ha curado mi miedo visceral a volar. Tengo altibajos. Cuando no hay accidentes en los titulares y después de varios vuelos tranquilos y sin turbulencia, me siento mucho más relajada y soy menos propensa a imaginarme catástrofes.
Sin embargo, después de incidentes trágicos como la caída de Germanwings en marzo de 2015, la desaparición del vuelo comercial de Malaysia Airlines o el vuelo de Air France que partió de Río de Janeiro y cayó en el Atlántico en 2009, es común que esté en alerta máxima. Me subo a los aviones, pero realmente desearía no tener que hacerlo.
Tengo algunas estrategias para lidiar con el asunto, como permitirme estar extremadamente alerta solo durante los momentos previos a alcanzar la altitud máxima, por ejemplo; tomarme una o dos copas de vino o tratar de meditar.
Además, en la mayoría de los vuelos, cuando tengo momentos de tensión durante las turbulencias, le pido a un completo extraño que me deje tomarlo de la mano. Cuando ni mi esposo ni mi hijo están conmigo, he sujetado las manos de, por ejemplo, un jugador de baloncesto de Siena, una monja que iba al Vaticano, un agricultor ecuatoriano que no hablaba inglés y un estudiante francés de 18 años cuya madre sufría la misma ansiedad. Me ayuda a sobrellevar las sacudidas, pero claramente sujetarle con fuerza la mano a otra persona no es una estrategia ideal.
Leer mas: http://www.nytimes.com/es/2016/12/12/con-un-arsenal-de-aplicaciones-una-viajera-miedosa-se-prepara-para-el-avion/