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El Autana se ha convertido en un destino muy solicitado. Hay que cuidarlo | Foto: Arianna Arteaga |
Hace apenas unos 15 años resultaba impensable hablar de turismo de naturaleza en Venezuela. Había unas cuantas personas aisladas que ofrecían viajes a la montaña, especialmente en la zona de los Andes. Por supuesto que se podía ir a la Gran Sabana, a otros Parques Nacionales muy conocidos como Morrocoy, Mochima o Los Roques, pero no había operadores especializados en la organización de estos recorridos. A nadie se le había ocurrido que se podía hacer rafting en los ríos de Barinas, Mérida o Sucre. Mucho menos el canyoning o barranquismo que es esa euforia de bajar por cascadas haciendo rapel. Ni siquiera se planificaban caminatas o travesías en bicicleta montañera. El parapente era una audacia de unos pocos, pero jamás una escuela o un plan de irse hasta El Jarillo para lanzarse en tándem. Subir a los tepuyes era aventura extrema de los especialistas, jamás un viaje de Semana Santa o diciembre para una familia o un grupo de amigos.
Lo que hoy nos parece perfectamente natural, con extraordinarias ofertas y unas cuantas operadoras bien serias y prestigiosas con inmensa experiencia, es un logro reciente. Ha sido un esfuerzo sostenido y serio del sector privado, como casi todo lo que se ha hecho en turismo en Venezuela.
Una preocupación. Si bien nuestra naturaleza es generosa y muy variada, también es sensible. Tenemos 43 parques nacionales: 16% de nuestro territorio. Se dice fácil, pero es un promedio altísimo. En el resto del mundo es apenas 6%. Lo que puede ser nuestra mayor fortaleza como destino turístico puede convertirse en nuestra mayor debilidad si abusamos de este recurso con la misma desmesura con la que hemos abusado y despilfarrado el petróleo. Es verdad que ahora le toca al turismo. Pero también es verdad que tenemos que prepararnos.
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