Es tan pequeña la isla, de solo 13 kilómetros cuadrados, que quizás por eso pocas personas han escuchado de ella.
Cuando me informaron que nuestro viaje por el Caribe partiría de la isla de Saint Martin y me documentara sobre cuáles islas cercanas podríamos visitar, con la fabulosa herramienta Google Earth, descubrí a Saba Island, cuya accidentada superficie volcánica capturó inmediatamente mi interés.
Partimos de Simpson Bay a las diez horas del jueves 15 de marzo de 2012, y luego de cuatro difíciles horas para mi organismo -porque no logra adaptarse a la danza permanente del Cataya con el mar- nos enfrentamos ante el impactante relieve montañoso de Saba island.
Los libros de navegación y turismo señalan que no es fácil encontrar en esas costas un lugar adecuado para echar el ancla y así fue. Los vientos alisios soplan tan poderosos en ese punto del Caribe que la isla tiene dos vertientes muy marcadas. La zona norte, de verdes contrastantes por su exuberante vegetación y la lluvias permanentes que la bañan y el sur, casi árido, pero donde es más cómodo atracar por la protección que ofrecen los riscos a las fuerzas del dios Eolo.
Bajo estas condiciones, un poco adversas, el Cataya debió quedar a dos kilómetros de Fort Bay, el rudimentario muelle donde atracaríamos en el dingui.
La primera impresión que uno recibe al enfrentarse al paisaje sabeño es que se trata de un territorio todavía en proceso de dominación por el hombre, aunque está habitado desde hace centurias por ingleses, escoceses, holandeses y los descendientes de los esclavos africanos traídos durante la Colonia. Todos estos grupos humanos parecen haberse adaptado y compenetrado efectivamente, pues el estilo y calidad de vida que reflejan son muy similares.
Casi no hay ninguna porción de tierra en Saba Island con poca elevación. Han dinamitado las inmensas moles rocosas para construir el muelle y el aeropuerto y, ni siquiera los ingenieros europeos se atrevieron a construir las carreteras; fue la creatividad de un sabeño quien, apoyado por los lugareños, a lo largo de 20 años, abrieron mano a mano las vías de comunicación en este quebradizo territorio que gozó de la energía eléctrica apenas en 1970.
En Saba todos se conocen. Tanto así que el gobernador se casará en julio y todos los habitantes de la isla están invitados. Se calcula que son 2000 personas, concentrados en The Bottom, la capital, Windwarside, Quarter English y St. John.
Wayne Peterson, el taxista que nos hizo el "tour" por los sitios más interesantes saludaba a todo mundo; nos mostró su hermosa casa y por eso creo que para él conducir un microbus es solo un pasatiempo.
Franklin Wilson, fiscal de la isla desde hace veintitrés años, se enteró de nuestra presencia y quiso conocernos para obsequiarnos un libro de cuentos de su autoría. Su español era muy bueno. El nos confirmó lo que muchos otros nos decían: en Saba son escasos los delitos, quizás esto, más que la belleza salvaje de sus geografía, las pintorescas residencias de colores vivos con techos rojos y la cordialidad de su gente, la convierten en un verdadero Shangri-La en el Caribe.
"El mundo es un libro y las personas que no viajan solo leen una página" San Agustín.
HORA CERO / MILAGROS SANCHEZ
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