miércoles, 8 de octubre de 2025

La Motilidad: cuando viajar no es solo cuestión de querer



Durante mis años enseñando en seminarios sobre viajes y movilidades en la Universidad, hay un concepto que siempre despierta mucho interés entre mis estudiantes: la motilidad. Esta idea, desarrollada por el sociólogo suizo Vincent Kaufmann, logra desmontar esa frase tan común pero tan problemática: «no viaja quien no quiere».

¿Qué es exactamente la motilidad? En palabras simples, es nuestra capacidad real de transformar las posibilidades de movimiento en acciones concretas. No se trata solo de poder físicamente subirse a un avión o un colectivo, sino de tener todas las herramientas necesarias para hacerlo efectivamente. Kaufmann lo plantea como un tipo especial de capital social -según la teoría de Pierre Bourdieu– que se distribuye de manera muy desigual en nuestras sociedades.

Las tres patas de la Motilidad

A la hora de analizar este concepto con mis estudiantes, hay que arranzar por sus tres dimensiones fundamentales.

El acceso es lo más evidente: ¿qué opciones de transporte tengo realmente disponibles? Esto incluye desde la infraestructura física hasta mis recursos económicos. Es la diferencia de vivir en barrios ceentricos de Buenos Aires, con sus múltiples líneas de subte y colectivos, versus habitar en zonas donde el transporte público es escaso y costoso.

Las competencias incluyen los conocimientos, habilidades y recursos necesarios para utilizar efectivamente las opciones de movilidad disponibles. No basta con tener acceso teórico al transporte; es necesario poseer las competencias para planificar rutas, comprender sistemas tarifarios, navegar burocracias, manejar tecnologías de transporte, o incluso poseer las habilidades físicas requeridas para ciertos tipos de desplazamiento. Esta dimensión revela cómo las desigualdades educativas, tecnológicas y corporales se traducen en diferencias de motilidad. Por ejemplo, el acceso a aplicaciones de transporte requiere alfabetización digital, mientras que ciertos medios de transporte pueden ser inaccesibles para personas con discapacidades.

La apropiación es quizás la dimensión más compleja. Involucra nuestras motivaciones, aspiraciones y la capacidad real de decidir sobre nuestros movimientos. Aquí entra en juego el habitus: las expectativas sociales sobre quién debe viajar y cómo. Por ejemplo, en ciertos círculos profesionales, no tener un currículum plagado de destinos internacionales puede ser un obstáculo para el desarrollo profesional.

aeropuerto

Cuando la Motilidad se convierte en privilegio

Una pregunta interesante para hacerse es: ¿por qué algunas personas parecen moverse con tanta facilidad mientras otras están prácticamente ancladas? La respuesta está en que la motilidad funciona como un capital que reproduce desigualdades existentes.

Los profesionales globales, los turistas de clase alta, pueden convertir su capacidad de movimiento en ventajas concretas: networking internacional, experiencias que agregan valor a su perfil, oportunidades laborales. Mientras tanto, otros grupos enfrentan lo que llamamos «exclusión relacionada con el transporte»: limitaciones que afectan su acceso a empleos, educación, salud, vínculos sociales. Las mujeres en contextos de vulnerabilidad enfrentan restricciones adicionales por seguridad, responsabilidades de cuidado, normas culturales. Los adultos mayores ven declinar sus competencias de movilidad. Los migrantes pueden experimentar alta movilidad forzada pero bajísima motilidad: se mueven mucho, pero sin control sobre esos movimientos.

Un ejemplo que uso frecuentemente es el del pasaporte. Los ciudadanos de países con pasaportes «poderosos» tienen motilidad internacional alta; los de países con acceso visa limitado enfrentan barreras enormes incluso antes de planear un viaje.

Los regímenes que controlan nuestros movimientos

Esta distribución desigual no es casualidad ni naturaleza. Responde a lo que Tim Cresswell y otros autores llaman «regímenes de movilidad»: sistemas que regulan selectivamente quién puede moverse y cómo.

Esto lo pueden observar de primera mano en los aeropuertos: los programas de «fast track» para viajeros frecuentes versus los controles exhaustivos para ciertos grupos nacionales. Las apps de transporte que requieren tarjetas de crédito y smartphones, excluyendo a quienes no tienen acceso digital. Todo está diseñado para facilitar cierta movilidad a un grupo mientras complica a otros.

Repensando las políticas de movilidad

Esta perspectiva cuestiona profundamente cómo pensamos las políticas de transporte. No alcanza con construir más rutas o subsidiar pasajes. Hay que abordar las competencias, trabajar sobre las barreras culturales, garantizar que las nuevas tecnologías no generen nuevas exclusiones.

El concepto de «justicia de la movilidad» va incluso más allá: implica reconocer tanto el derecho a moverse como el derecho a mantenerse en un lugar. En contextos de gentrificación o desarrollo urbano, muchas comunidades son forzadas a desplazarse contra su voluntad.

Cierre provisorio

La motilidad me parece un concepto clave para entender las desigualdades contemporáneas. Su potencia analítica radica en conectar lo material con lo social y lo subjetivo, mostrando cómo la movilidad es simultáneamente recurso, derecho, privilegio y forma de control.

Cada vez que escucho «no viaja quien no quiere», pienso en todas las dimensiones invisibles que condicionan nuestras posibilidades reales de movimiento. Porque, al final del día, viajar nunca es solo una decisión individual.

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