Al inicio del otoño, y con un alto porcentaje de la población española vacunada, contemplábamos con esperanza la baja incidencia acumulada de infección con el SARS-CoV-2 en nuestro país. Los más optimistas pensaban que la pandemia estaba llegando a su final. Pero en realidad, solo nos estaba dando un respiro. En un mes (del 16 de noviembre al 16 de diciembre), hemos pasado de 649 nuevos casos a 6.034.

Este aumento considerable, que nos pone de nuevo camino de la zona de riesgo muy alto o extremo de contagio, coincide con la aparición en el tablero de juego de una nueva variante.

La B.1.1.529 ha sido declarada como preocupante a finales de noviembre y con apodo de planeta de extraterrestres ansioso por conquistar la tierra: ómicron.

Dicha coincidencia entre rebrotes y la nueva variante, ¿es casual o está provocada por esta nueva variante?

La importancia de una tercera dosis

Es una característica común en muchos patógenos, y en particular en los virus respiratorios, ir acumulando mutaciones que permitan boicotear al sistema inmunitario. Se vuelven cada vez más infecciosos y transmisibles.

Este es el camino que algunos patógenos zoonóticos (que se trasmiten de un animal al humano) “deben recorrer” para convertirse en virus endógeno que nos acompañe para siempre.

Ómicron presenta múltiples mutaciones en la proteína de la espícula (S), la llave que abre la puerta de las células de nuestro cuerpo. Estas mutaciones, por un lado, facilitarían la infección y, por otro, evadirían su reconocimiento por los anticuerpos. Tanto aquellos generados por la infección con otras variantes como los que obtuvimos gracias a las vacunas.

Como cualquier virus, y más aún aquellos con ARN como material genético, el SARS-CoV-2 muta con frecuencia. Las vacunas contra este virus se basaron en la proteína S de la variante original del virus y, por tanto, no poseen las mutaciones presentes en estas nuevas variantes.

Por otro lado, al ser un virus respiratorio, accede a nuestro organismo a través de las mucosas, donde solo puede ser neutralizado por un tipo especial de anticuerpos, las inmunoglobulinas A. Las vacunas se nos han administrado por vía intramuscular, lo que no suele favorecer que generemos anticuerpos en las mucosas.

A eso hay que sumarle el hecho de que los niveles de anticuerpos tienden a decaer con el tiempo, salvo que nos infectemos o nos vacunemos de nuevo. De ahí que se esté convocando a recibir una tercera dosis de vacuna, que parece solucionar de alguna manera los problemas de escape que plantea la variante ómicron.

En definitiva, y así se nos comunicó desde un principio: las personas vacunadas podemos infectarnos y contagiar, por eso debemos seguir usando mascarillas y cumpliendo con las normas de distanciamiento.

No es sorprendente que las personas vacunadas se contagien

La principal ventaja que nos proporciona estar vacunados es evitar que suframos una patología severa que requiera de hospitalización, previniendo así un posible desenlace fatal. Pero no hay que olvidar que la protección frente a un patógeno no solo depende de los anticuerpos, también tenemos una inmunidad celular.

Afortunadamente, los cambios asociados a la variante ómicron no afectarían al reconocimiento por parte de los linfocitos T asesinos. Ahora bien, tenemos que considerar que los linfocitos T no neutralizan los virus, no pueden reconocerlos. Estos reconocen las células una vez ya están infectadas.

Por eso, no es del todo sorprendente lo que estamos empezando a ver en nuestro entorno, que muchas personas se están infectando pese a estar vacunadas.

Más contagios y menos hospitalizaciones, por ahora

¿Qué podemos esperar a partir de ahora? Es la pregunta del millón pero necesitamos que pase un tiempo para conocer si la mayor propagación de la variante ómicron se correlaciona con un incremento de ingresos hospitalarios en la población vacunada en comparación a la no vacunada.

Los datos que se han ido obteniendo en Sudáfrica y Dinamarca y la proyección de la evolución en Reino Unido son parciales y contradictorios. Los datos que nos llegan de Sudáfrica (el primer país donde se identificó la variante) nos hablan de una alta contagiosidad. Pero que no parecen conducir a un aumento proporcional en los ingresos hospitalarios o los fallecimientos por Covid-19.

Los datos obtenidos en Dinamarca y en Reino Unido no muestran evidencias que indiquen que tenga una gravedad menor que Delta. Además, dos datos muy preliminares sugieren que ómicron se multiplica 70 veces más deprisa que delta y parece preferir las células de los bronquios, en lugar de las células de pulmón. Esto puede traducirse en que evoluciona más deprisa y con menor patología.

La cuestión logística dificultaría la adaptación de las vacunas

En el peor de los casos, si las vacunas pierden por completo su eficacia, podrían ser modificadas para adaptarse a esta nueva variante. La generación de estas vacunas se basa en técnicas de ingeniería genética y modificar la secuencia que codifica para la proteína S en las diferentes vacunas autorizadas por la EMA sería relativamente sencillo.

El mayor problema probablemente sería a nivel logístico, su producción a gran escala. El plazo que han establecido algunas compañías para entregar dosis con la vacuna adaptada a la nueva variante es de unos 100 días.

Sin embargo, la variante ómicron tiene 32 mutaciones en la proteína S, por lo que quizá sería necesario evaluar la seguridad de la vacuna actualizada antes de su comercialización.

Muy probablemente, las dosis de recuerdo nos ayudarán a controlar esta nueva variante. Y, quizás, será necesario adaptar las vacunas a esta u otras nuevas variantes. Con todo ello, debemos seguir confiando en la vacunación, que no evitará que nos infectemos, pero sí reducirá las probabilidades y minimizará la patología que desarrollemos.

Salvador Iborra Martín. Personal Docente e Investigador. Inmunología e infección, Universidad Complutense de Madrid.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

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