Como para remarcar sutiles complejidades que se le atribuyen al pensamiento oriental, se acude al ya lugar común de que la palabra crisis, en japonés, está formada por dos caracteres, uno que indica peligro y el otro, oportunidad.
La versión la puso de moda John Kennedy en un discurso que pronunció en 1959. Desde entonces se ha vuelto un recurso de la retórica del optimismo. Su uso tiene el efecto pedagógico de mostrarnos que una misma situación puede ser vista desde ángulos diferentes. Un medio útil para acrecentar el examen y la comprensión de cualquier fenómeno.
La interpretación es cierta, pero... hay quienes señalan que en la traducción literal del concepto, puede haber un error porque el segundo ideograma es polisémico, por lo que puede significar también punto crucial, engaño o llave de unión.
Son acepciones más sugerentes para abordar las catástrofes que el modelo y la gestión del llamado socialismo del siglo XXI ha creado. En su afán de copiar una tecnología de poder centrada en asegurar su perpetuidad, la élite roja ha tenido que cargar con la destrucción de la propiedad, el empoderamiento del Estado sobre toda la sociedad o la invasión gubernamental para regir la vida individual y familiar.
Se crea o no, esa aspiración a la continuidad es el más fuerte aliciente para inclinarse hacia el prototipo comunista, una de cuyas características es acabar con la competencia política o empresarial y la alternancia en el ejercicio del gobierno. Esa ambición burocrática de poder explica la atipicidad de un proceso que se presentó como una revolución sin dar lugar a una ebullición de nuevas ideas, ni desatar la inspiración colectiva en grandes ideales ni adquirir el tono vigoroso de una epopeya. Ni hablar de que haya menos pobreza, desigualdades o que los trabajadores sean un factor avanzado de la producción.
En nuestro caso, aceptado el vicio original de saltarse la función cohesionadora de la democracia e ignorar la necesidad de contar con el sector privado para desarrollar el componente capitalista de la economía, la cúpula gobernante se empecinó en imitar lo que en todo el planeta, incluidos los movimientos de más raigambre revolucionaria, se está abandonando como expresión de fracaso y atraso.
La acumulación de problemas no le da oportunidad a la cúpula gubernamental de salir ilesa y aún si abandonara la actitud de eludir las medidas que debe adoptar, la crisis ya la doblegó. El no hacer se está engullendo la popularidad, la legitimidad y la justificación de este gobierno. La disolución de su poder se está cumpliendo progresivamente, aunque formalmente le quede capacidad de mando.
Pero la crisis también tiene sus peligros, riesgos y desafíos para la oposición. Es aquí y ahora cuando ella debe saltar a ser una alternativa y dejar atrás su autoconfinamiento y su lucha entre egos. El país espera nuevos rumbos y soluciones.
@garciasim
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