viernes, 2 de junio de 2017
Cúcuta de mis amores, Erika Paz
Mi mamá se adaptó muy rápido a la vida en Venezuela y a la forma de ser de los venezolanos de la década del ochenta, incluso adoptó sus costumbres, por eso mi recuerdo más grande de la ciudad donde nací una vez que salí de ella, era el de unas calles desordenadas cuyas edificaciones estaban convertidas en locales comerciales donde se vendían desde dulces, hasta ropa, desde zapatos hasta carteras de cuero.
Regresábamos a ella cada temporada vacacional casi exclusivamente para comprar en jornadas de seis horas diarias y como el peso “no valía nada” frente al bolívar podíamos darnos el lujo de decir “Ta barato, dame dos”, solo que no sonaban frente a nosotros las cajas registradoras de los locales en Miami, sino las máquinas de los almacenes cucuteños, aquí mismo en la frontera colombo venezolana.
Por eso, al ver ahora a Cúcuta me hace sentir que la estoy pisando por primera vez, esas vías que transité en la infancia hoy visten adoquines nuevos, arboles cercados, luces led y hasta música que, me doy cuenta al mirar hacia arriba, se desprende de unos parlantes ubicados en lo alto de los postes. Aquí lo llaman Centro Comercial a Cielo Abierto y se enorgullecen los locales de decir que es el más grande de Colombia. Desde la Avenida 0 hasta la 6 y desde la calle 9 hasta la 12 la vida comercial se puso su mejor traje para recibir a la visita, “ya hubiéramos querido nosotros que estuviera todo tan bonito como cuando los venezolanos venían”, me dice alguien al ver como admiro las vidrieras alumbradas, llenas de maniquíes emperifollados.
Miro a los lados y revuelvo en mi pasado, en aquellas memorias que quedan aplastadas por las experiencias presentes y empiezo a reconocerme en este centro, siguen estando aquí la misma plaza a la que llaman Parque Santander, con cientos de palomas que los fotógrafos ambulantes mantienen en el lugar a fuerza arroz picado para hacer más bonita la foto que ofrecen; está intacta la sede de los poderes públicos, el Palacio de Gobierno, de paredes rosadas como mi mente me permite recordar y siento hasta el olor a pan que aun sale de la vieja panadería La Mejor.
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