sábado, 29 de abril de 2017

El llanero, Elorza y el Chigüire, Mariangélica Ramírez Saldivia


Hacer un recorrido por el estado Apure, requiere atravesar parte central del país, pueblos, caceríos y lugares poco conocidos, que sorprende descubrir. La sabana empieza a acobijar, el ganado empieza asomarse, el cielo radiante te da la bienvenida y el atardecer anaranjado despide la tarde.

Así comienza una aventura en tierras de Doña Bárbara. Llanuras que sirvieron de inspiración para Don Rómulo Gallegos. Ese mundo aparte que significa el llano apureño se va sintiendo desde el transcurrir en carretera. Refrescarse en las paradas y comer carne en vara es parte del ritual turístico. Es tierra en donde el quejido, y el verbo cotidiano se convierten en copla. Donde la soledad la llena el hondo silencio, y donde el paisaje majestuoso tiene el temor de no ser amado.

El caballo se consideraba el animal más sagrado para la mitología de América. Para los primeros habitantes de la zona (los indígenas Achagua) este animal es considerado el primer acompañante de jornadas. Y luego aparece por todos los rincones del estado Apure, ese hombre de las llanuras, el que representa un símbolo casi patrio. Es solamente comparado con el gaucho de Argentina, relacionándolo con sus mismas características y comportamientos. Hoy día, los llaneros siguen formando parte del paisaje. Me los encontré en cada rincón del Apure con su común y particular aislamiento hacia los palmares y la alegría folclórica que caracterizan sus cantos de amor.

La sabana la empecé a contemplar así: aparece una especie de alfombra de hierbas, los esteros reflejan espejos de luz, y en perfecta armonía forman un horizonte de azul blanquecino, creando una fantasía que propone fábulas para quien lo contempla.

La variedad de fauna saluda elegantemente, comenzando por las garzas blancas y rosadas que emprenden vuelo como si se tratase de una obra maestra. Las corocoras se unen entre ellas, casi estableciendo una conversación y ven fijamente a todo aquel curioso que se asombra ante ese color escarlata de escándalo. El garzón soldado, no se inmuta, hasta que sin previo aviso desprende sus alas y de una manera casi principesca alza vuelo de una manera sublime y silenciosa.

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