miércoles, 25 de enero de 2017
Congo Mirador y Ologá: Las Tierras del Olvido, Erika Paz
Llegar al Congo Mirador no es tan difícil. La carretera que separa a Santa Bárbara del Zulia de Puerto Concha, lugar donde se toman las embarcaciones para visitarlo, es verde, llena de haciendas y ganado vacuno que se ve de lado y lado de las ventanillas del carro. El pueblo de Concha no es mucho, pero tampoco es poco.
En él hay un puerto, un gran restaurante y una pequeña posada que sirven de lugar de reposo a quienes llegan o salen a conocer el Relámpago del Catatumbo, fenómeno meteorológico que genera 233 destellos por kilómetro cuadrado por año y que hizo famosos a los caseríos que visitan turistas e investigadores. El viaje dura un poco más de una hora en las que se puede apreciar el río, las aves, los araguatos y al final, la vida sobre el agua.
Desde hace más de doscientos años hombres y mujeres se instalaron en estas lagunas con la intención de pescar, pero se fueron quedando y de esa forma acondicionaron su nueva realidad para hacer de ella el espacio en el que querían vivir. En el Congo, como lo llaman sus habitantes, viven unas 600 personas que duermen en casas levantadas por pilotes sobre el agua, viviendas donde conviven con gallinas, cerdos y perros, espacios que albergan las redes de pesca con las que casi todos buscan el sustento para su núcleo familiar, casitas con lanchas o pequeñas balsas estacionadas afuera del hogar, porque esa es la única manera de trasladarse de un sitio a otro. Los niños van a la escuela pero solo de vez en cuando, pues se trata de tres generaciones de congueros que han visto que sus antepasados han generado ingresos pescando, así que prefieren hacer lo mismo.
Una iglesia de madera y una pequeña plaza también flotan sobre el agua, la primera recibe al sacerdote en ocasiones especiales, la segunda es sitio de reunión para los jóvenes en las tardes. En esa misma plaza se puede ver como la laguna está desapareciendo, así se va desvaneciendo el Congo ante los ojos de sus pobladores.
El tiempo ha pasado factura a las intervenciones sin consulta sobre el ecosistema del Río Catatumbo, los suelos se están sedimentando y las aguas bajando su nivel. Esto afecta la pesca y el sistema de vida al que han estado acostumbradas estas personas; aseguran ellos que incluso “si el Relámpago no tiene agua, se dejará de ver”.
Ese Relámpago hace que todavía vengan algunos soñadores que recorren las calles medianamente inundadas y se asombren con la forma de vida sobre ellas, que sigan hasta el siguiente caserío, Ologá, para instalar sus cámaras durante noches enteras frente a la playa con la esperanza de llevarse por lo menos una fotografía del destello. Casi todos vienen de la mano de Alan Higton, soñador, investigador y enamorado de Venezuela. Hace 19 años este hombre proveniente de Barbados se instaló en lo que él considera su paraíso particular.
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