Al deshacerse de sus prejuicios, el viajero tiene una interacción más afortunada con los espacios. Una cosa es recorrer millas y otra, viajar. Para lo primero basta un boleto. Lo segundo requiere mucho más que un desplazamiento físico. Viajas cuando conviertes la travesía en una experiencia visceral, cuando verdaderamente sales de ti mismo, cuando comprometes el alma. Lo otro es simple turismo.
Conozco a un paisano que se negó a comer callos a la madrileña, con el argumento de que el mondongo debe prepararse en sancocho como lo hacía su tía Zoyla. También he visto a muchos descalificar ciertos lugares porque son demasiado montañosos o demasiado planos, o porque tienen gente muy ruidosa o muy callada, o porque están llenos de imperialistas o de comunistas.
Personas que viajan sin mover las manecillas del reloj porque solo aceptan la hora de su villorrio, personas que llevan maletas muy pesadas porque, como desconfían de lo que encontrarán, necesitan apegarse a lo que ya tienen; personas que se atrincheran en la música de sus audífonos y jamás se abren a las melodías que están allá afuera.
Personas que se están yendo sin irse.
Lo que no les huele a lo que saben oler, les hiede; lo que les suena de un modo distinto al que reconocen, les chilla, lo que desconocen no es porque lo desconozcan sino porque no existe. El mejor saxofonista del mundo –gritan a los cuatro vientos– es el vecino, pero eso sí: jamás han visto uno más allá de los confines de su parroquia. Cuando finalmente lo ven, por supuesto, les parece carente de gracia.
Por todo eso, mi acepción preferida de la palabra "viajar" es "mudar", porque además de incluir el traslado geográfico contiene la metamorfosis del viajero. Mudar es lo que hacen las aves cuando vuelan de un lugar a otro, pero también lo que sucede cuando se desprenden del plumaje. El viaje como mutación y, luego, como apertura.
Al deshacerse de sus prejuicios como el pájaro de sus viejas plumas, el viajero tiene una interacción más afortunada con los espacios. Los disfruta aunque parezcan feos, los comprende aunque tengan costumbres muy distintas a las suyas.
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