Organizaciones no gubernamentales inician un proyecto de restauración para intentar recuperar el segundo arrecife más largo del mundo.
El arrecife mesoamericano, un ecosistema con distintos hábitats que incluye una plataforma continental, una pared de roca calcárea y una laguna arrecifal que llega hasta la costa, se prolonga a lo largo de unos mil kilómetros, solo superado por el australiano.
En esta barrera natural, que nace en Cabo Catoche (punta sureste mexicana) y recorre la costa caribeña de México, Belice, Guatemala y Honduras, viven más de 500 especies marinas como el tiburón ballena y el manatí, y más de 60 especies de corales, con millones de años de antigüedad y que conviven en simbiosis con algas.
Esto lo convierte en un ecosistema muy rico, que además sostiene la economía turística de los cuatro países y es clave para todo el sistema pesquero, ya que miles de pescadores dependen de las poblaciones de mero, pargo, caracol marino y langosta como medio de vida, según la ONG The Natural Conservancy.
Muro contra huracanes
El tercer beneficio que aporta es la protección, pues el arrecife es "un muro, es un dique que evita que las grandes olas de las tormentas lleguen hasta la costa. Las rompe, las disminuye", explica uno de sus miembros, Fernando Secaira, especialista marino en el arrecife mesoamericano.
El biólogo Olmo Torres-Talamante, socio fundador de la organización Razonatura, confirma esta protección al contar que, tras las mediciones que se realizaron con motivo de un huracán en 2007 en México, se observó que la energía del oleaje fuera del arrecife se asemejaba a siete bombas atómicas, frente a 0,2 dentro.