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Fotos: Néstor Colina |
Eduardo Guerra es uno de esos seres que donde está construye una gastronomía zuliana que muestra con orgullo el gentilicio. Pero de eso no se trata el cuento. Es de Ologá. Eduardo nos invitó a dictar unos talleres de comedor, bar y restaurante. Luego de dudar un poco, emprendimos el recorrido. Aquí, en medio de la nada, pero en medio de todo, escribo esta nota.
Día 1. El inicio
Llegamos a Santa Bárbara a bordo de un destartalado bus de Expresos Perijá, luego de ocho horas de recorrido en un trayecto que se realiza en cinco. Nuestro guía ya nos había advertido que no contábamos con su apoyo; estábamos retrasados, pero ya teníamos nuestras habitaciones en el Hotel Santa Bárbara Suites. Agradecimos el agua caliente y la cola en moto a comprar unas estupendas arepas de carne asada con un queso de matera algo ácido, pero extraordinario, que sació nuestro voraz apetito una vez instalados. Arepas Los Amigos, para aquellos que anotan datos. Tienen de pernil y de carne asada. Las de carne asada fueron perfectas. De tomar me preguntaron por refresco de cola o de cola. Pedí una y una, y nuestro descubrimiento: era cola vitaminada, esa con la que se hacen los cepillados.
Día 2. Ologá
Desayunamos en La Chinita, rico y sustancioso, y emprendimos el recorrido hasta el puerto de La Maroma. La Alcaldía de Colón nos recibió y se convirtió en anfitriona. La emoción aumentó y casi pude enviar fotos de los caños hasta la mitad del recorrido. Había estado alguna vez en el Sur del Lago, pero nunca entré al Lago de Maracaibo desde estos caños y la sensación es sobrecogedora.
El recorrido continuó por caños y el Lago hasta llegar a Congo Mirador, antesala al mágico Ologá. La impresión inicial fue la de un poblado palafítico. Pensé que Sinamaica alguna vez estuvo así, llena de color y vivacidad. Nuestros anfitriones, Francisca, Danilo, Luis y Daniela nos esperaban.
Bajamos de la lancha luego de un largo trayecto y de entrada nos sirvieron manamana frita y arroz. Dispuestos a comer llegaron Danny, el hijo de Francisca, y Danilo, un pescador joven, con róbalo, pavón y bocachico recién salidos de la laguna de Ologá. Así, con esa frescura, comenzamos la aventura que está rompiendo los esquemas culinarios y presenta la cocina endémica como destino a la zulianidad.
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Fotos: Néstor Colina |
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