sábado, 11 de diciembre de 2010

Saint Barth, la Costa Azul en el Caribe

Descubierta por Colón, que la bautizó "San Bartolomé", la isla tiene apenas 25 kilómetros cuadrados. Su belleza impactante radica en su vegetación exhuberante, su espíritu afrancesado y un mar turquesa y esmeralda. Los secretos del espacio que eligen para sus vacaciones muchos ricos y famosos.

Paraíso excluyente de ricos y famosos, la isla es un terrón de tierra de sólo 25 kilómetros cuadrados, para muchos la Costa Azul del Caribe.
Ubicada al norte de Guadalupe, a unos 175 kilómetros y ahí nomás de Saint Martin, sus formas intrincadas se recortan sobre un mar turquesa y esmeralda.

Descubierta por Colón que la llamó San Bartolomé, como el santo del nombre de su hermano, es más conocida por su versión en inglés, Saint Barth. Los franceses la consideraron un punto estratégico y allí se asentaron en el siglo XVII.

Después pasó a ser la única posesión sueca en el Caribe, sus reminiscencias escandinavas se hacen sentir en el nombre de su capital, Gustavia, en honor al rey Gustav III, quien en 1784 acordó con el rey de Francia administrar la isla a cambio de un permiso portuario en Gotemburgo. 

Pero su espíritu es decididamente afrancesado, más de doscientas boutiques libres de impuestos, con las marcas más caras y prestigiosas, y villas que se alquilan por varios miles de dólares a la semana en temporada alta, la convierten en un destino frecuentado por quienes, con bolsillos y cuentas bancarias bien provistos, arriban de todos los continentes. No es para quienes disfrutan de las cosas típicas del lugar al que llegan, allí prima la moda internacional en sus más elevados estándares.

Antiguo territorio de los caribes, pueblo de guerreros y caníbales, hoy su oferta hotelera está preparada para recibir al turismo de más alto nivel sin defraudarlo.

Sin embargo, hasta hace unos setenta años no tenía luz eléctrica y a las ocho sonaba una campana que mandaba a todos a la cama. Eso quedó en el pasado, lo que perdura y parece inamovible es la hora de la siesta.

Escenografía netamente tropical, de una belleza impactante, regala a cada paso su vegetación exuberante que completa la paleta de verdes del agua. Hasta la temperatura parece haberse dado cuenta de que allí debe dar lo mejor de sí, los vientos que llegan del nordeste del Atlántico la mantienen en un grado de frescura agradable, eso sumado a que la humedad que no supera el 60%, el combo meteorológico no podía ser mejor. Un lugar privilegiado para ídem.


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